Rabia. Me mordería por dentro. Me arrancaría el alma.
Frases hechas. Todas las preguntas que te hicieron y que hiciste a las que no
sabes responder. Sentimientos que se agolpan y te revuelven por dentro.
Gravedad cero e incluso menos veinte. Miles de posibilidades, engaños e
historias escondidas que no eres capaz de expresar. Los anuncios de televisión
y los silencios de tus amigos y las canciones que siempre odiaste hablan de ti.
Incomodidad. Algunas noches hay pastillas. Algunas mañanas también. El vacío es
negro y está lleno de miedo. Te obligan a ser fuerte, la recomposición es una
orden, sobrevivir un mandato. Y tú sólo puedes pensar en el sinsentido que te
ha sorprendido y te ha zarandeado. Con lo claro que estaba todo. Ya no te
admiran. Ya no eres necesaria. Ya no quieren tocarte. La pérdida idealiza y
sobredimensiona detalles que quizá no supiste apreciar. Ahora puedes sentirlos
aunque ya no están. Estás sola. Quieres gritar y no sabes cómo porque nunca te
han enseñado qué hacer con ese dolor que te parte en dos y que te separa del
resto. El resto. El otro. Te miran cuando paseas. Saben lo que ocurre dentro de
ti. Aún así algunos quieren follarte. Puedes verlo. Pueden verlo: tu interior.
Lo que escondes con tanto mimo. Sabes multiplicar y sumar e insultar y
defenderte pero no sabes parar de llorar. La rabia de nuevo, lanzada contra mi
misma, contra los demás, queriendo destrozar lo que no llego a comprender.
Minutos sin tiempo, horas difusas. Tumbada. Expectante. Vergüenza como un nuevo
apellido. Caminas sobre cristales, llena de inseguridad y amenazas que no
comprendes pero que sientes en el vientre. Es tu piel la que habla, hace días
que te quedaste sin voz. Son tus ojos, los mismos que escondes para que no puedan
leer tu sufrimiento. Quizás me haga un nuevo tatuaje con mi nombre en letras
grandes, para poder recordar quién soy. Hay un perro en tu vecindario que menea
la cola encantado ante tantos estímulos y tú le envidias por ser capaz de
alegrarse ante las sorpresas. Tú también quieres una caricia de una mano que ya
no está. De una mano que fue tuya. Hace días que sudas. Te sientes pegajosa. No
pongas tanto cuidado en hacer la maleta si vas a marcharte. Lo importante, los
recuerdos, los sueños que malgastaste conmigo se quedan aquí. Esos no se irán
contigo.
Si un día me echas de menos recuerda que yo estuve ahí,
sólo para ti.
Ya nunca podré llevarte al Pompidou ni follar contigo en el
agua. No volveré a ver tu cara somnolienta ni podré acariciar tus pecas nacientes.
Te seguirás cepillando los dientes demasiadas veces al día. Ya no que me
quedarán razones para odiar a tus mejores amigos y demandar tu atención. No
podré consolarte cuando estés asustado ni cuando se instale en tu mirada el
miedo a hacerte mayor y a que envejezcan los que más quieres. No podré
visitarte por sorpresa. Ni comer tus hamburguesas de carne con especias. No
podré robarte miradas silenciosas de alegría y orgullo al saber que somos uno
en una cena compartida por muchos. Ni escuchar tus quejas y tus ansiedades. No
podré alegrarme al ver tu nombre parpadeando en mi móvil. Nunca volveré a
besarte los párpados. No podré acariciarte la mano con timidez. No podré
encerrarme en la sensación de exhibicionismo que me atenazaba frente a tu
privacidad. Menuda putada. Eres muchos. Todos diferentes. No me siento. Sé que
mañana comenzaré, de nuevo, a echarte de menos. En unas semanas olvidaré tu
voz. Nunca llegaré a poder preguntarte por qué nos pasamos la vida llenando los
vacíos de los demás sin saber llenar el nuestro. No escucharé más tu carcajada
fresca después de correrte ni cómo confundes palabras. Ya no habrá nadie que me
mienta con descaro, ni que se olvide de mí, ni que me obligue a ducharme antes
de meterme en la cama al llegar de fiesta. Una mañana me despertaré, me miraré
en el espejo y me daré cuenta de que me he convertido, como todo a mi
alrededor, en algo prescindible, en otro mueble de Ikea que se puede cambiar a
los dos meses si no te convence sin mayor esfuerzo económico. “Pakistan te necesita”
seguiré leyendo en algunas paradas de autobús y pensaré que hablan de mí.
¿Cuántos momentos vacíos me esperan en los que inundes mis pensamientos a
traición? ¿Cuántas semanas pasarán hasta que deje de ver tu cara en todas las
nubes? No volveré a escuchar con los ojos cerrados tus pasos acercándose
mientras fumo en la butaca de tu balcón espiando al vecindario en la oscuridad
ni me alegraré de que te sientes a mi lado sin tocarme. No te enseñaré inglés
ni te descubriré mirándome con orgullo. No leeré novelas mientras sueñas a mi
lado y yo te observo respirar calmada en silencio repitiéndome la suerte de
compartir mis noches contigo. No sabré lo que se siente cuando la persona a la
que amas te mete un dedo en el culo mientras te penetra. No podré compartir
cómo me siento mientras fumo un cigarrillo a oscuras, ni acariciarte los pelos
de las axilas. El desencuentro quedará en mi memoria como la ruptura más bonita
que nunca tuve, llena de amor. Nunca sabré si te conozco demasiado o por el
contrario nunca supe quién eras. Atiéndeme. Que duelo por todos lados. Me
gustaría haberte dicho que te llevabas parte de mí. Poco a poco caminaré. Estoy
segura. Aunque no comprenda qué es el tiempo (de cuánto tiempo se necesita
disponer, después de todo… ¿toma toda una vida aprender a desamar?), sé que
está ahí esperándome. Prefiero tener ventanas a tener espejos. Más allá de mi
reflejo, está la vida, espero, esperándome.
Autor: Javier Giner
Autor: Javier Giner
No hay comentarios:
Publicar un comentario