Siento el
crepúsculo en mis manos. Llega a través del laurel enfermo. Yo no quiero pensar
ni ser amado ni ser feliz ni recordar.
Sólo quiero
sentir esta luz en mis manos
y desconocer
todos los rostros y que las canciones dejen de pesar en mi corazón
y que los
pájaros pasen ante mis ojos y yo no advierta que se han ido.
Hay
grietas y
sombras en paredes blancas y pronto habrá más grietas y más sombras y
finalmente no habrá paredes blancas.
Es la vejez.
Fluye en mis venas como agua atravesada por gemidos. Van
a cesar
todas las preguntas. Un sol tardío pesa en mis manos inmóviles y a mi quietud
vienen a la vez suavemente, como una sola sustancia, el pensamiento y su
desaparición.
Es la agonía
y la serenidad.
Quizá soy
transparente y ya estoy solo sin saberlo. En cualquier caso, ya
Cuarenta
y cinco de mayo, la primavera se resiste a visitarnos. Los habitantes de la
ciudad se dibujan todavía con colores de otoño y a los jóvenes no les llega la
alegría al cuerpo con tanto paro, tanta desazón y tan poco futuro.
Transito una edad difícil, demasiado joven para ser viejo y demasiado viejo para ser
joven.
De
salud, no puedo quejarme. Se puede decir que estoy bien en general y mal en los
detalles: que si el colesterol, que si la hipertensión, que si la artrosis en
la cadera y el desgaste en las rodillas, que si te sangran las encías o cada
día ves y oyes un poco menos. Tozudo, sigo practicando mi deporte favorito, el
baloncesto, y, ahora, mis rivales y compañeros son los hijos de los que fueron
mis rivales y compañeros hace ya más de treinta años. Ellos poseen la juventud,
la agilidad, la velocidad, la fuerza y el salto; a mí me queda la ilusión, la
experiencia, la técnica y la sabiduría de aprovechar el equipo; y uno se da
cuenta de que, como en la vida, los jóvenes pueden y no saben, mientras que los
viejos saben y no pueden. Cada día van ganando posiciones otras actividades
menos violentas como la meditación, el yoga y la poesía.
Del
dinero, mejor no hablar, podría decirse que soy el reflejo, en un pequeño
espejo, de este país dónde la gravedad hace que el dinero caiga hacia arriba y
la mierda hacia abajo. Mi particular prima de riesgo, de acabar pidiendo en la
puerta de una iglesia y comiendo en un comedor social, se dispara. El déficit se
agudiza, y sin un trabajo remunerado, se transforma en crónico. Cuando frisas
la sesentena un trabajo y un sueño son la misma cosa. ¡Mejor no despertarse!
Los ahorros se los llevaron un par de amigos que eran como hermanos, el resto
una entidad financiera, todavía en juicio. La esperanza de recuperación, en el
mejor de los casos: un 10%, unos 3.000 €.
Y el
amor… El amor como casi siempre, en estas circunstancias, desaparecido en
combate. De joven y durante muchos años creí: “que lo que queremos nos quiere
aunque no quiera querernos...” Ahora cercano a los sesenta, cuando el
escepticismo sienta bien y ayuda a sobrevivir, me doy cuenta que a esa creencia
le faltaba el final: “…mientras interesa”. En fin, el desprecio, aún con silencio
y con buenos modos, es una forma dura de descubrir que no te aman, que
probablemente nunca te han amado, aunque tuvieras la creencia y la certeza de
todo lo contrario.
Bajo la
lucidez del desengaño, siento que la vida es una mierda, ahora… pero también sé
que es un privilegio, y que tenemos el deber de vivirla y lucharla aunque sea invierno
en primavera. Joshua Naraim
Rabia. Me mordería por dentro. Me arrancaría el alma.
Frases hechas. Todas las preguntas que te hicieron y que hiciste a las que no
sabes responder. Sentimientos que se agolpan y te revuelven por dentro.
Gravedad cero e incluso menos veinte. Miles de posibilidades, engaños e
historias escondidas que no eres capaz de expresar. Los anuncios de televisión
y los silencios de tus amigos y las canciones que siempre odiaste hablan de ti.
Incomodidad. Algunas noches hay pastillas. Algunas mañanas también. El vacío es
negro y está lleno de miedo. Te obligan a ser fuerte, la recomposición es una
orden, sobrevivir un mandato. Y tú sólo puedes pensar en el sinsentido que te
ha sorprendido y te ha zarandeado. Con lo claro que estaba todo. Ya no te
admiran. Ya no eres necesaria. Ya no quieren tocarte. La pérdida idealiza y
sobredimensiona detalles que quizá no supiste apreciar. Ahora puedes sentirlos
aunque ya no están. Estás sola. Quieres gritar y no sabes cómo porque nunca te
han enseñado qué hacer con ese dolor que te parte en dos y que te separa del
resto. El resto. El otro. Te miran cuando paseas. Saben lo que ocurre dentro de
ti. Aún así algunos quieren follarte. Puedes verlo. Pueden verlo: tu interior.
Lo que escondes con tanto mimo. Sabes multiplicar y sumar e insultar y
defenderte pero no sabes parar de llorar. La rabia de nuevo, lanzada contra mi
misma, contra los demás, queriendo destrozar lo que no llego a comprender.
Minutos sin tiempo, horas difusas. Tumbada. Expectante. Vergüenza como un nuevo
apellido. Caminas sobre cristales, llena de inseguridad y amenazas que no
comprendes pero que sientes en el vientre. Es tu piel la que habla, hace días
que te quedaste sin voz. Son tus ojos, los mismos que escondes para que no puedan
leer tu sufrimiento. Quizás me haga un nuevo tatuaje con mi nombre en letras
grandes, para poder recordar quién soy. Hay un perro en tu vecindario que menea
la cola encantado ante tantos estímulos y tú le envidias por ser capaz de
alegrarse ante las sorpresas. Tú también quieres una caricia de una mano que ya
no está. De una mano que fue tuya. Hace días que sudas. Te sientes pegajosa. No
pongas tanto cuidado en hacer la maleta si vas a marcharte. Lo importante, los
recuerdos, los sueños que malgastaste conmigo se quedan aquí. Esos no se irán
contigo.
Si un día me echas de menos recuerda que yo estuve ahí,
sólo para ti.
Ya nunca podré llevarte al Pompidou ni follar contigo en el
agua. No volveré a ver tu cara somnolienta ni podré acariciar tus pecas nacientes.
Te seguirás cepillando los dientes demasiadas veces al día. Ya no que me
quedarán razones para odiar a tus mejores amigos y demandar tu atención. No
podré consolarte cuando estés asustado ni cuando se instale en tu mirada el
miedo a hacerte mayor y a que envejezcan los que más quieres. No podré
visitarte por sorpresa. Ni comer tus hamburguesas de carne con especias. No
podré robarte miradas silenciosas de alegría y orgullo al saber que somos uno
en una cena compartida por muchos. Ni escuchar tus quejas y tus ansiedades. No
podré alegrarme al ver tu nombre parpadeando en mi móvil. Nunca volveré a
besarte los párpados. No podré acariciarte la mano con timidez. No podré
encerrarme en la sensación de exhibicionismo que me atenazaba frente a tu
privacidad. Menuda putada. Eres muchos. Todos diferentes. No me siento. Sé que
mañana comenzaré, de nuevo, a echarte de menos. En unas semanas olvidaré tu
voz. Nunca llegaré a poder preguntarte por qué nos pasamos la vida llenando los
vacíos de los demás sin saber llenar el nuestro. No escucharé más tu carcajada
fresca después de correrte ni cómo confundes palabras. Ya no habrá nadie que me
mienta con descaro, ni que se olvide de mí, ni que me obligue a ducharme antes
de meterme en la cama al llegar de fiesta. Una mañana me despertaré, me miraré
en el espejo y me daré cuenta de que me he convertido, como todo a mi
alrededor, en algo prescindible, en otro mueble de Ikea que se puede cambiar a
los dos meses si no te convence sin mayor esfuerzo económico. “Pakistan te necesita”
seguiré leyendo en algunas paradas de autobús y pensaré que hablan de mí.
¿Cuántos momentos vacíos me esperan en los que inundes mis pensamientos a
traición? ¿Cuántas semanas pasarán hasta que deje de ver tu cara en todas las
nubes? No volveré a escuchar con los ojos cerrados tus pasos acercándose
mientras fumo en la butaca de tu balcón espiando al vecindario en la oscuridad
ni me alegraré de que te sientes a mi lado sin tocarme. No te enseñaré inglés
ni te descubriré mirándome con orgullo. No leeré novelas mientras sueñas a mi
lado y yo te observo respirar calmada en silencio repitiéndome la suerte de
compartir mis noches contigo. No sabré lo que se siente cuando la persona a la
que amas te mete un dedo en el culo mientras te penetra. No podré compartir
cómo me siento mientras fumo un cigarrillo a oscuras, ni acariciarte los pelos
de las axilas. El desencuentro quedará en mi memoria como la ruptura más bonita
que nunca tuve, llena de amor. Nunca sabré si te conozco demasiado o por el
contrario nunca supe quién eras. Atiéndeme. Que duelo por todos lados. Me
gustaría haberte dicho que te llevabas parte de mí. Poco a poco caminaré. Estoy
segura. Aunque no comprenda qué es el tiempo (de cuánto tiempo se necesita
disponer, después de todo… ¿toma toda una vida aprender a desamar?), sé que
está ahí esperándome. Prefiero tener ventanas a tener espejos. Más allá de mi
reflejo, está la vida, espero, esperándome. Autor: Javier Giner
Me es difícil hablarte de lo que siento contigo. Ni
siquiera yo lo entiendo, acostumbrada como estoy a cagarla una detrás de otra.
Lo mío nunca ha sido fijarme en los ganadores. Quizás me es más sencillo
joderla para tener algo por lo que sufrir, ¿no? Ahora que te tengo… a veces no
sé qué hacer con ello, te lo confieso. Creo que no me han enseñado a ser feliz.
No estoy acostumbrada. Me siento mucho más cómoda en el dolor. Sin conflicto no
hay drama ni historia. Eso se decía ayer en el bar frente a la cristalera. A mi
gente también le pasa. Debe ser una pandemia de la que nunca hablaron en los
diarios. Dicen que la gente feliz no es rentable. Estoy aprendiendo a quererte.
En silencio. Acompañándote. Mereces la pena, pero sin pena. Mereces a secas me
gusta más, esta vez. No todo es seguridad ni felicidad, no creas eso. Todo lo
contrario. A veces me asaltan los miedos: de perderte, de perderme, de dar
demasiado, de decirte lo que no debería, de no saber no engañarte, de pensar
que no seré capaz de mantenerte a mi lado. Parques y paseos y cigarrillos.
Tardes de cine. Me gusta sentarme en la acera si es contigo. A veces, sin
quererlo realmente, se te escapa alguna intimidad y yo me siento cercana a ti.
Orgullosa de ser yo con quien las compartes. Voy descubriéndote poco a poco,
aunque llevemos meses follando y conozca cada centímetro de tu piel. La piel es
mentirosa, como las certezas. Y yo quiero conocerte a ti. A menudo mientras
dormimos me invade tu olor y me apacigua la seguridad de tenerte cerca, velando
por mí. Ha tomado mucho llegar hasta aquí. Antes tuve que comprender que tu
responsabilidad no ha sido nunca salvarme, ni siquiera hacerme feliz. Antes,
ahora. “Todavía” es el título de nuestra canción. Aprendí a desear lo que
tengo, que es duro. En mi lista de cosas importantes estás tú. Tal y como eres.
Sin cambios, porque los cambios exigen y las exigencias destruyen. Tus
palabras. Y tus silencios y tu comprensión. Luchar por el otro no es nada más
que aprender a comprenderle. Ahora puedo, si me atrevo por fin, enseñarte quien
soy. Te podré poner los títulos de crédito de La soledad del corredor de fondo
y explicarte que me emociono al verlos, sin saber aún porqué. Podrás degustar
mi acritud y mi inseguridad. Entenderás que no soy tan fuerte como aparento,
que no me hace tanta gracia depilarme y que a menudo no sé qué ponerme para
cenar fuera ni dónde tirar la basura reciclada. Sabrás que me aburre cocinar y
que me encanta observarte sentada en la banqueta mientras tú cortas el queso.
Prometo intentar desnudarme por dentro mientras me quedo vestida por fuera. Te
leeré en susurros libros que quiero compartir. Me temblarán los labios a
menudo, que lo sepas, nunca sé cómo decir las cosas cuando son bonitas. Quizás
te desilusione y tú me desilusionarás a mí, pero intentaré mantener la vista en
lo importante: que somos capaces de hacer listas juntos, ir al super, alquilar
coches y pasear sin decirnos nada. Te explicaré que yo soy Joel y tú eres
Clementine y que nuestra historia la contaron en millones de películas porque
las películas siempre hablan de nosotros pero nunca entienden que entre
nosotros, como somos distintos al resto, todo funciona al revés. Que empezamos
por el final, follando, y que fuimos con paso trémulo hacia el principio:
conocernos. Escribiré nuestra historia en un cuento que yo misma coseré para
que entiendas que por arrancarte una sonrisa soy capaz de aprender cosas
nuevas. Quiero que laves mi ropa sucia y entiendas que esa también soy yo.
Quizás odie a tus amigos o a tu familia y quizá me dé miedo acercarme a tu
mundo, no lo sé. A veces me ocurre. Intentaré no mentirte, pero seguro que lo
haré, ya te lo aviso. Quiero que llueva, para poder fumar con la ventana
abierta sintiéndote a mi lado. Lo de tener hijos ya lo veremos. Por ahora no me
lo planteo. Quizás un trío de vez en cuando, si se nos acaba la chispa
follando. Eso ya veremos. Por ahora quiero recorrerte, sin mochila, sin pasado,
sólo siendo. Olvidándome de cuántas veces me han dañado y cuántas veces dañé
yo. Sabiendo que hay un mapa, pero que no quiero mirarlo, porque lo importante
es avanzar y descubrirte con ojos limpios. No quiero ensuciarte con mi
experiencia, sería injusto para ti. Intentaré olvidarme de que somos dos
manteniendo siempre la claridad de que somos diferentes. Lucharé por mis
necesidades porque algo de ellas se habrá convertido en las tuyas. Quiero que
fracases y que triunfes, como fracasaré y triunfaré yo. Quiero que llores, que
rías, que te corras por todo mi cuerpo y que luego descanses sobre mí,
suspirando. Quiero saber que el año que viene por tu cumpleaños, seré yo quien
te felicite primero. Sigo teniendo miedo. Quiero decirte algo: todavía no tengo
ni puta idea de qué es amar. Pero lo voy aprendiendo. Autor: Javier Giner
que se pierde, que late en la oscuridad donde se esconde.
No la encuentro, pero escucho su voz y su herida.
Me habla de amor: de la búsqueda, el encuentro y la pérdida.
Me habla con una voz de mujer: extraña, diferente, profunda.
Agita un cóctel de emoción y sentimiento, de recuerdo y sorpresa,
difícil de describir, agridulce de tomar.
La escucho en el silencio y la soledad de mi niebla.
Joshua Naraim
LA BÚSQUEDA
No me doy por vencida. Me obligo a continuar. Colecciones,
agrupaciones, páginas de contactos, amigos de amigas, amigas de amigos,
conocidos, errores, aciertos e inseguridades, internet, listas, noches, días y
algunas veces minutos, tardes sonriendo sin entender lo que me dicen, síndrome
de Diógenes pasional. Que te pones, que me pongo y que música escuchamos.
¿Viste la última de Mike Mills? Terroristas emocionales. Necesidades confesas.
Confesiones necesitadas. Afectos en una sola dirección. Acumulaciones.
Fracasos. Baladas de Chet Baker. Enganches. Impresiones. Trazos gordos de
pintura de brocha cuando lo que busco es un pincel. Castraciones. Lágrimas sin
dueño. Maletas llenas de pasado y rabia y desconfianza. Pero sigo sin darme por
vencida. Busco tus ojos en las miradas de otros, aunque aún no sepa cómo se
supone que deben ser. Los domingos por la tarde siguen teniendo la mayor tasa
de suicidio de toda la semana. Y yo sigo sin darme por vencida por muy sola que
me sienta. Los miércoles me ocurre lo mismo. A veces. Sentirse como un vaso de
cristal en caída libre con la amenaza continúa de poder hacerse añicos. Gente
que se casa y te mira condescendiente. Gente que pasea. Gente que te deja saber
con sus ojos que se preguntan lo mismo que tú: qué le pasa a esta niña, con lo
mona que era. Incomprensivos. Incomprensibles. Frágil. Deseada. Deseante.
Descuentos para parejas. Y yo sigo sin darme por vencida. No me atrevo aún a
viajar sola ni a comer en ese restaurante, no vaya a ser que me pregunten si
espero a alguien. Son los demás o soy yo la que está equivocada. Dudas. Quién hizo
tan difícil que yo pueda amar. Qué hace que sea tan elusivo poder encontrarte.
De qué color es tu pelo. ¿A qué sabe tu compañía?
Ya no quiero sentirme más tiempo huérfana. Necesito que
alguien llegue y cumpla el perfil de la persona que dibujo diariamente en mi
cabeza, aunque cada semana cambie. No sé qué va a pasar pero deseo con todas
mis fuerzas que suceda, y que suceda rápido, porque ya llevo demasiados errores
y no sé cuánto tiempo más voy a poder taparlos. Bebo y escapo y trabajo y lleno
la agenda de citas y compromisos que me mantienen alejada de mí, para no tener
que recordarme que sigo sola. Y los anuncios en las paradas de bus siguen
estando poblados de gente que sonríe y se compran casas. Busco y busco, pero la
ansiedad, algunos días, ocupa el lugar de la curiosidad. Un parpadeo a
destiempo. Me he convertido en una marioneta de un perfeccionismo que ahoga. Me
precipito. Le he pedido a alguien de quien no conozco su nombre que me salve al
abrazarme. Compromiso y urgencia. La dirección está en manos de una flecha
imparable buscando y buscando. Asusta. Los demás no saben darme lo que
necesito. Tú lo sabes, también lo has sentido a menudo: no saber realmente lo
que quieres. Es más fácil que te lo digan. Y que te encadenes a deseos que
pronto descubrirás que no son los tuyos. Huyes. Ellos también salen corriendo.
Normal: todos tenemos miedo. Salvarme, hacerme feliz, es demasiado para una
historia que poco tiene de blockbuster de verano. No sé lo que significa
despacio y entiendo demasiado bien la necesidad. Así que me envuelvo en mí
misma y te busco sin moverme, por dentro, entre mis sueños. Allí te acaricio.
Para luego descubrir que he repartido mi teléfono y mi facebook por cientos de
vidas. Ya me vale.
Hay días en los que pienso en descubrirme a mí para no tener
que agarrarme a ti, si es que existes y algún día me encuentras. Momentos en
los que pasear sola observando se convierte en una balsa de aire caliente que
me mantiene viva. Otros desisto de buscarte y de comprenderme, porque nada de
lo que aparezca se parecerá a lo que imagino. Aprender a querer lo que es y no
lo que me gustaría que fuera, quizás esa es la lección. Y pienso en la cantidad
infame de calles cortadas que he encontrado hasta ahora. En el egoísmo absurdo
de manual de autoayuda. En poder defenderme. En entender cuál es el camino
correcto, que me hará feliz. Quizás encontrar al otro no sea más que
encontrarse a sí mismo. Soy una kamikaze con demasiado sentimiento. Una yonki
de experiencias y caricias. Soy un ser vivo. Hoy también te necesito y espero
que te parezcas a lo que imagino. Sería un bonito final para nuestro comienzo.
Derrúmbate. Sacrifica todos los ayeres. Viájate hacia ninguna parte. Juega con todos los huecos que has dejado. Sé un hueco. Afloja los andamios donde escondiste coches o muñecas. Nadie necesita el dolor. Salta en los charcos mientras corres hacia dentro de cada minuto, espiral abajo. Huelga decir que no recuerdas adónde vas. No sabes por dónde te diriges. Cada paso que hundes en la arena difusa del nadie te conduce entre plumas, entre alas agitadas, huellas blancas, lácteos caminos que olvidaste. No te dejes seducir por el mañana. No te dejes arrastrar por el ayer. Levanta la arena del tiempo y siéntela caer entre los dedos, entre los dientes, entre las risas y los silbidos, entre las ventanas que fuiste y las que quisiste. Bájate del estrado de tu yo. Júntate a las hierbas cuyos nombres ignoras. Se está tan bien entre los bichos. Entre verdes, olores y antenas. Acuérdate de ser una piedra, caliente cuando hace sol, fría cuando nieva. Acuérdate de ser una hoja, y podrás descomponerte. Acuérdate de ser lo que hay. De sentir las gracias sin lenguaje, de ver pasar el agua y los pasos y saber estar, callar, esperar. Acuérdate. Autora: Silvia Capón Fuente: http://somosorvalho.blogspot.pt/2013/05/derrumbate.html