La orfebrería de un tango
Hay muchas cosas que haría a gusto sin riesgo de arrepentirme y aunque me supusiesen la ruina. A gusto pagaría la mitad del sueldo por llegar a fin de mes con la otra mitad. No regatearía el último centavo de mi bolsillo si pudiese conseguir una de esas mesas mundo adelante por las que se desliza durante la cena Shirley Bassey cantando "Diamonds are forever" con el cuerpo enfundado como un sable de ébano en la piel de un pasamanos. ¿Y quién no daría una buena cantidad por permitirse el gustazo de que cuatro intelectuales pedantes le aplaudiesen el fraseo de un pedo en mitad de un mal discurso? Creo que a mi querida Susana Pose no le disgustaría en absoluto la bronca de cualquier fulano a punto de ofenderla con la voz de Sinatra. Muchas noches hablamos sobre ello en "El Corzo" y creo haber llegado con ella a la conclusión de que los seres humanos nos fijamos demasiado en la apariencia de las cosas, en los volúmenes, en la geometría y en el peso efímero y trivial de las jodidas cosas, pero, maldita sea, muchacho, seamos sinceros, de las velas de la regata, ¿quién recuerda el viento? Ya no me fijo en las mujeres con el mismo criterio con el que hace años reparaba en ellas, y en cuanto a los hombres, muchacho, ¡qué quieres que te diga!, en cuanto a los fulanos, te diré que una mujer resuelta, bella e inteligente es la única clase de hombre que me gusta. Con los años uno se vuelve más realista y comprende que a las mujeres lo que hay que mirarles no es únicamente el cuerpo y las flaquezas, y que el alma femenina es algo que te gustaría contraer en tu alma como se contrae una cordial enfermedad emocional cuya única secuela sea una balada, un labio mordido o una novela corta. No creo que un hombre tenga a su alcanza mayor placer que el de llorar por amor en los ojos de una mujer ciega. A la gente hay que saber buscarle la radiología y el alma, así que de las mujeres ahora miro cómo se sientan, su manera de andar, la exquisita y superflua soltura de su ropa, el sublime ademán de quitarse el pendiente cuando hablan por teléfono y esa mirada aguada por la clase de secreta e íntima amargura que las mujeres como Susana Pose superan con un cigarrillo, un trago de saliva y un colirio. Es en la estilizada y escéptica elegancia del dolor donde radica la diferencia. Es ese el matiz que distingue a Susana de muchas otras mujeres. Conozco docenas chicas más hermosas, más altas, menos drásticas e igual de secretas, muchacho, pero de entre todas ellas, amigo, diría que la mayoría de las otras tienen obstetricia y volumen, como las obras de Botero, y que, en cambio, Susana Pose tiene sintaxis, o sea, tiene folio, así que cuando se muera, muchacho, se habrá ganado a pulso que la entierren, como al humo, en la orfebrería de un tango. Hay cosas que sólo ocurren por la noche, como por la noche ocurren las estrellas, los taxis en punto muerto y el pirotécnico flúor de los cementerios. Podría explicarlo si dispusiese de talento como dispongo de tiempo. El caso es que en la madrugada de "El Corzo" los habituales del local de Suso Oitavén nos comportamos con la misma terminal franqueza que si afrontásemos el futuro sorbiendo vodka y veronal en la sala de espera del Holocausto, sin diferencias ni clases, persuadidos, muchacho, de que ya no somos niños, que mañana habrán pasado diez años como poco, dulcemente resignados a administrar nuestras vagas esperanzas con la misma elegante entereza con la que el navegante a la deriva quema durante la tormenta las velas para no morir a oscuras.Hay cosas que ocurren a tu alcance por la noche, muchacho, si sabes verlas. Lo sabe mi querida Susana Pose, que cada vez que se ausenta con amargura de la barra del pub regresa al poco rato tan radiante y primeriza como si en el tocador de "El Corzo" alguien cambiase cada poco para ellas la toalla y el espejo...
José Luis Alvite